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El estrés vivido en la infancia influye en la salud cardiometabólica adulta

El estrés vivido en la infancia influye en la salud cardiometabólica adulta

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Tiempo de lectura: 2 minutos Un estudio revela cómo las experiencias de estrés crónico en la niñez se correlacionan directamente con afecciones de salud en la edad adulta, mientras que otra investigación profundiza en la respuesta cerebral al acoso escolar.

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Las adversidades y el estrés que se viven durante la infancia no solo marcan emocionalmente, sino que también dejan una impronta fisiológica profunda que puede manifestarse en problemas de salud décadas después.

Un estudio, liderado por la Universidad de Duke (Estados Unidos) y publicado en la prestigiosa revista PNAS, evidencia vínculos significativos entre biomarcadores de estrés crónico en la infancia y resultados adversos de salud en la adultez.

Los resultados fueron contundentes: se encontró una correlación «significativa» entre una alta carga alostática infantil y factores cardiometabólicos negativos en la edad adulta, tales como presión arterial elevada, un índice de masa corporal alto y una desfavorable relación cintura-cadera.

«Estos hallazgos subrayan la importancia de reducir la exposición al estrés crónico en las primeras etapas de la vida para promover la longevidad saludable», enfatiza el estudio.

La investigación analizó datos de un seguimiento de 1.420 niños, desde los 9 hasta los 13 años, y posteriormente hasta que alcanzaron los 30 años. Los científicos se enfocaron en la «carga alostática», una medida de los efectos fisiológicos acumulados del estrés.

Esta carga se midió a través de diversos marcadores en la infancia, incluyendo indicadores inmunitarios (como la proteína C reactiva), neuroendocrinos (cortisol) y cardiometabólicos (índice de masa corporal).

El análisis de seguimiento indicó que el riesgo de una mala salud cardiometabólica en la adultez estaba estrechamente ligado a los niveles infantiles de proteína C reactiva, ciertos sulfatos denominados DHEA y el índice de masa corporal. Esto sugiere que la evaluación temprana de la carga alostática a través de estos indicadores podría ser una herramienta eficaz para identificar a individuos en riesgo y, potencialmente, intervenir a tiempo.

Reacción al acoso escolar

Complementando esta perspectiva sobre el estrés, una segunda investigación, publicada en la revista JNeurosci y desarrollada por la Universidad de Turku (Finlandia), examinó cómo el cerebro responde a imágenes de acoso. Este estudio es vital para entender una de las fuentes más comunes de estrés crónico en la infancia y adolescencia: el bullying.

Los investigadores midieron las respuestas neuronales y atencionales en preadolescentes (entre 11 y 14 años) y adultos mientras observaban videos en primera persona de situaciones de acoso escolar, en contraste con interacciones sociales positivas.

De manera consistente en todas las edades, las imágenes de acoso provocaron estados de alarma angustiosos, activando redes cerebrales sociales y emocionales, así como sistemas autónomos de respuesta a amenazas. La medición del seguimiento ocular y el tamaño de las pupilas en un grupo separado de adultos respaldó estos hallazgos, mostrando respuestas emocionales y de atención más fuertes al acoso que a otras interacciones sociales.

Lauri Nummenmaa, una de las autoras del estudio, destacó la relevancia de estos descubrimientos: «Hemos cartografiado las vías de angustia en el cerebro que pueden activarse rápidamente cuando alguien es acosado, y hemos demostrado que el estado de alarma continuo es peligroso tanto para la salud mental como para la somática».

Ambos estudios convergen en la misma conclusión: la infancia es un período crítico para el desarrollo de la salud a largo plazo. Reducir el estrés crónico, ya sea por factores ambientales o sociales como el acoso, no es solo una cuestión de bienestar emocional inmediato, sino una inversión en la salud física y cardiometabólica de las personas en su vida adulta.


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