Estudio concluye que el confinamiento por Covid-19 modificó la forma del pico en aves
Tiempo de lectura: 3 minutos Una investigación demostró que el periodo de cese de actividad humana durante la pandemia provocó cambios morfológicos en una población de aves, quienes recuperaron rasgos silvestres al desaparecer los desechos de comida humana.
Un nuevo estudio, publicado recientemente en la prestigiosa revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), reveló que las restricciones de movilidad y la ausencia de personas en las calles producto de la pandemia de Covid-19 alteraron físicamente a la fauna urbana. En concreto, algunas aves nacidas durante el confinamiento desarrollaron picos de forma y tamaño diferentes a las generaciones previas y posteriores.
La investigación, liderada por científicas de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), se centró en el seguimiento de centenares de juncos de ojos oscuros (Junco hyemalis), una especie de ave paseriforme común en Norteamérica.
Los resultados sugieren que la fauna posee una capacidad de adaptación mucho más rápida de lo que se creía ante los cambios drásticos en su entorno, impulsada principalmente por la disponibilidad de alimentos derivados de la actividad humana.
La «antropausa» como motor de cambio evolutivo
Estudios anteriores ya habían documentado que las poblaciones de animales que habitan en grandes ciudades, como Los Ángeles, suelen adaptar su morfología al nicho urbano. En el caso de los juncos, los ejemplares de ciudad tradicionalmente presentan picos más cortos y gruesos en comparación con sus parientes que viven en bosques o áreas silvestres locales.
Esta diferencia morfológica es una adaptación funcional para explotar los recursos disponibles en la ciudad, específicamente los desechos de alimentos y migajas que dejan los humanos, los cuales requieren una mecánica de manipulación distinta a la de las semillas o insectos silvestres.
Sin embargo, la llegada del Covid-19 trajo consigo la llamada «antropausa»: un periodo global de reducción drástica de la actividad humana, tráfico y, crucialmente, la generación de basura en espacios públicos como los campus universitarios. El equipo liderado por las investigadoras Eleanor S. Diamant y Pamela J. Yeh aprovechó este silencio humano para analizar a los juncos nacidos antes, durante y después del cierre de marzo de 2020.
Lo que descubrieron fue que las aves que eclosionaron durante el confinamiento, cuando el campus estaba desierto, no desarrollaron el típico «pico urbano». En su lugar, mostraron una forma de pico «silvestre», similar a la de las aves de los bosques cercanos. Esto indica que, al desaparecer la comida humana fácil, las aves tuvieron que volver a alimentarse de recursos naturales, y sus cuerpos respondieron a esa necesidad casi de inmediato.
Alta sensibilidad adaptativa
El estudio no solo documentó el cambio hacia lo silvestre, sino también la reversibilidad del proceso. Una vez que se levantaron las restricciones sanitarias y los estudiantes y el personal regresaron al campus —y con ellos, los residuos de comida—, los juncos nacidos en los años posteriores volvieron a desarrollar la morfología urbana prepandémica.
En tan solo unos pocos años, esta población de aves osciló entre dos fenotipos distintos, demostrando su plasticidad evolutiva. «Estos hallazgos muestran la rapidez y la fuerza con la que los humanos pueden afectar a otras especies», señalaron las autoras en su publicación en PNAS.
Aunque la causa exacta a nivel genético sigue siendo materia de investigación, la hipótesis principal apunta a la dieta. El equipo especula que el desperdicio de alimentos actúa como una presión selectiva poderosa. Cuando hay «comida chatarra» disponible, el pico urbano es más eficiente; cuando esta desaparece, la selección natural favorece rápidamente picos más aptos para una dieta natural.
Este fenómeno subraya una «alta sensibilidad adaptativa» en la fauna urbana ante el cese y la reanudación de la actividad humana. El trabajo de la UCLA destaca la necesidad de comprender las interacciones entre el desarrollo urbano y la biodiversidad, ya que las acciones diarias —incluso el simple acto de dejar caer una migaja de pan— están moldeando la evolución de las especies que rodean a las personas en tiempo real.