Un entorno estimulante durante la infancia activa el mecanismo molecular que mejora la memoria
Tiempo de lectura: 2 minutos Una investigación publicada en ‘Nature Communications’ identifica el factor de transcripción AP-1 como el interruptor genético clave que traduce las experiencias tempranas, como el juego y la interacción social, en cambios cerebrales duraderos.
Durante décadas, la psicología y la pedagogía han sostenido que un ambiente rico en estímulos es fundamental para el desarrollo cognitivo. Ahora, la neurociencia explica porqué. Investigadores del Instituto de Neurociencias (CSIC-UMH) en España reveló el mecanismo molecular exacto responsable de potenciar la memoria.
El estudio, publicado en la revista Nature Communications, revela que el entorno vivido durante la niñez y la adolescencia deja una «huella» biológica estable en el cerebro. Esto ocurre gracias a la activación o desactivación de un factor de transcripción conocido como AP-1, el cual actúa como un interruptor maestro que regula la expresión de genes implicados en la plasticidad neuronal y el aprendizaje.
Juguetes y socialización vs. aislamiento
Para llegar a estos resultados, el equipo liderado por el investigador Ángel Barco, diseñó un experimento controlado con ratones jóvenes, cuyos cerebros comparten similitudes estructurales clave con los humanos en etapas de desarrollo.
Un primer grupo de ratones estuvo en un entorno enriquecido con jaulas, juguetes y ruedas para ejercicio físico y convivencia social con otros roedores. El segundo grupo contó con condiciones básicas de laboratorio y, el tercer grupo se mantuvo aislado y sin estímulos recreativos.
Tras el periodo de maduración, los animales criados en el entorno enriquecido mostraron un rendimiento significativamente superior en tareas complejas de aprendizaje y memoria. Por el contrario, aquellos que crecieron en entornos empobrecidos obtuvieron los peores resultados en las pruebas cognitivas.
Al analizar los cerebros mediante técnicas avanzadas de genómica y epigenética, los científicos observaron que las experiencias tempranas modulaban de manera sostenida la actividad del factor AP-1. Su activación en entornos ricos potenciaba redes de genes que fortalecen las conexiones entre neuronas (sinapsis), mientras que su reducción en entornos pobres atenuaba estos procesos vitales.
Un «interruptor» para la plasticidad cerebral
«Sabíamos desde hace décadas que el entorno durante la crianza influye en la capacidad de aprendizaje, pero no conocíamos el mecanismo exacto que lo hacía posible. Hemos identificado un interruptor molecular que traduce esas experiencias tempranas en cambios duraderos en el cerebro», explicó el investigador.
Mediante el análisis de poblaciones neuronales específicas, los científicos comprobaron que AP-1 responde de forma diferenciada en dos tipos de neuronas cruciales para el aprendizaje espacial y la formación de recuerdos, lo que sugiere una sofisticada red de adaptación biológica.
Según otro de los autores, Federico Miozzo, estos resultados no solo validan la importancia de enriquecer la experiencia vital de niños y adolescentes, sino que «abren la puerta al desarrollo futuro de estrategias terapéuticas que imiten los efectos del entorno enriquecido».