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Estudio chileno detecta microplásticos en invertebrados marinos de la Antártica y Patagonia

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Tiempo de lectura: 3 minutos Una reciente investigación revela la presencia de microplásticos en el sistema digestivo de invertebrados marinos clave de aguas subantárticas y antárticas.

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En los confines australes de Chile y la península Antártica, donde la naturaleza parece reinar intacta, la huella humana se manifiesta de forma invisible pero persistente.

Un estudio publicado en la revista Environmental Science and Pollution Research confirmó la presencia de microplásticos en organismos que habitan el fondo marino de estas prístinas aguas.

La investigación, liderada por la bióloga Dra. Claudia Andrade de la Universidad de Magallanes (UMAG), representa un avance significativo en una línea de trabajo iniciada en 2017. «Hoy, esa línea de trabajo no sólo continúa, sino que se ha fortalecido y diversificado: investigamos especies clave para el funcionamiento de los ecosistemas australes, aplicamos herramientas que nos permiten identificar la composición química de los plásticos, y establecemos vínculos con sus posibles fuentes de origen como textiles, envases y artes de pesca«, explica la Dra. Andrade.

El plástico en la fauna austral

El equipo científico, compuesto también por los investigadores Taryn Sepúlveda, Bárbara Pinto, Cristóbal Rivera, Cristian Aldea y Mauricio Urbina, analizó 214 individuos de cuatro especies bentónicas (que viven en el fondo marino): la centolla (Lithodes santolla), el langostino (Grimothea gregaria) y dos especies de lapas (Nacella deaurata y Nacella concinna).

Los especímenes fueron recolectados en un gradiente de influencia humana, desde zonas con mayor actividad industrial y pesquera como Playa Chabunco y Bahía Nassau, hasta áreas más remotas como el Fiordo Marian Cove (península Antártica) y la Reserva Nacional Katalalixar en la Patagonia chilena.

Los resultados fueron reveladores: el 100% de las lapas analizadas (Nacella deaurata y N. concinna) contenían partículas plásticas en sus estómagos. En contraste, la prevalencia en centollas y langostinos fue menor, cercana al 30%. Esta diferencia sugiere que el tipo de alimentación es crucial: los gastrópodos ramoneadores (lapas), que raspan el sustrato para alimentarse, ingieren más partículas, aunque de menor tamaño, que los crustáceos carroñeros (centolla y langostino).

En total, se identificaron 427 partículas. La mayoría eran microfibras de color azul o negro, compuestas principalmente de celulosa o rayón (presentes en textiles y algas), pero también se encontraron polímeros sintéticos como nylon, acrílico, polietileno y PET. Estos materiales son comunes en ropa técnica, cuerdas de pesca y pinturas de embarcaciones, señalando las posibles fuentes locales de contaminación.

Un problema con efectos en cadena

La presencia de microplásticos en la base de la red trófica marina austral plantea serias interrogantes sobre sus efectos a largo plazo. «Estamos ante un problema silencioso que ya está dentro de los cuerpos de estos organismos, y probablemente también dentro de otros animales más arriba en la cadena alimenticia», advierte la Dra. Andrade.

La ingestión de plásticos puede causar daño físico interno, reducir el apetito, afectar la reproducción e introducir toxinas adheridas a las partículas en los tejidos de los animales.

Estos efectos podrían escalar a través de la cadena alimentaria, alterando el flujo de energía y nutrientes y debilitando la estructura de los ecosistemas marinos australes, poniendo en riesgo especies de alto valor ecológico y económico. Por ello, especies como el langostino Grimothea gregaria, por su amplia distribución y rol como presa para aves, peces y mamíferos, podrían servir como valiosos bioindicadores para monitorear la contaminación plástica.

El estudio subraya la necesidad de profundizar en los efectos fisiológicos de los microplásticos, ampliar el monitoreo en la costa austral, y diseñar políticas públicas con perspectiva territorial que regulen las fuentes locales de contaminación.


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