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Técnicas ancestrales logran recuperar suelos y cosechar agua en laderas de Valparaíso

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Tiempo de lectura: 2 minutos Un innovador proyecto aplicado en Olmué, Casablanca y La Ligua validó una técnica que mejora la infiltración de agua y permite el cultivo en zonas severamente afectadas por la escasez hídrica y la erosión.

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Desde 2019, la degradación de los suelos en Chile se ha intensificado, un problema agravado por una megasequía que reduce las precipitaciones y concentra la lluvia en eventos de alta intensidad, acelerando la erosión y la desertificación. Este escenario es especialmente crítico en comunas de la Región de Valparaíso como La Ligua, Olmué y Casablanca, donde la agricultura de secano lucha por sobrevivir.
Frente a este desafío, un proyecto liderado por Centro Ceres, con el apoyo de la Fundación para la Innovación Agraria (FIA), implementó la Técnica con Enfoque Geomorfológico (TEG). Esta metodología se inspira en prácticas ancestrales y consiste en la construcción de terrazas siguiendo las curvas de nivel, la creación de zanjas de infiltración y la adición de materia orgánica para mejorar la estructura del suelo.

TEG: Cosechando agua donde ya no llueve

Para validar su efectividad, se establecieron cinco ensayos en la Cordillera de la Costa. Héctor Moya Rojas, coordinador del proyecto, explica que los resultados fueron contundentes. «Los suelos con textura arenosa tuvieron una menor capacidad de retención de humedad, pero mayor infiltración«, señala.
En La Ligua, un área con suelo franco arenoso, se registró una notable cosecha de agua en profundidad, a pesar de las escasas lluvias. «Esto nos permitió validar esta metodología como método de adaptación al cambio climático, siendo una alternativa efectiva y accesible para realizar agricultura en zonas de secano», agregó Moya.
El éxito de la TEG se complementó con la elección de un cultivo resiliente: la tuna. Esta planta, tolerante a la sequía y adaptable a zonas áridas, demostró ser ideal para estas condiciones. Maurice Streit, ejecutivo de innovación de FIA, destacó que la iniciativa «logró mejorar la infiltración de agua en el suelo y establecer cultivos resilientes como la tuna, promoviendo una agricultura más sostenible y adaptada al cambio climático».

La comunidad como pilar de la sostenibilidad

Un componente clave del proyecto fue la transferencia de conocimientos a través de la metodología «campesino a campesino» (CaC). Este enfoque promueve el aprendizaje participativo, donde los agricultores comparten sus propias experiencias y saberes de manera horizontal, facilitando la adopción de nuevas prácticas.
Más de 100 personas, incluyendo miembros de las comunidades agrícolas de Las Alpacas de Roco, Varas, La Vega y agricultores de Casablanca, se beneficiaron de 25 talleres prácticos. En estas jornadas, aprendieron a implementar la TEG en sus propios predios, desde el diseño de las terrazas hasta el seguimiento de los cultivos. «Compartir el conocimiento de forma horizontal lo vuelve más propicio para su adopción», subraya Héctor Moya.
El impacto en la comunidad es palpable. Luis Astorga, agricultor de La Vega (Olmué), implementó la técnica en su terreno. «Yo tengo zanjas de infiltración para retener el agua y sirven, no sólo para acumularla, también para evitar que los suelos se erosionen. En mi terreno, construimos una zanja que tiene 120 metros de largo», relata.
Además del beneficio ambiental, el proyecto fortaleció los lazos comunitarios y abrió nuevas oportunidades económicas. Ericka Vergara, de la Comunidad Agrícola de Varas, valora el trabajo colectivo: «Pienso que dejar el recuerdo que fueron mujeres las que cultivaron este fruto en Varas es nuestro legado». Por su parte, Edelia López, agricultora de Casablanca, descubrió el potencial de la tuna: «Me he llevado varias sorpresas, no sabía que se podían hacer tantas cosas con ella, desde mermeladas hasta harinas».

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