Los ‘comunes’ en Chile: Investigación revela claves para reconstruir el vínculo con la naturaleza
Tiempo de lectura: 3 minutos Este enfoque resalta la capacidad de las comunidades para autogestionar y proteger su entorno, ofreciendo perspectivas valiosas frente a desafíos como la crisis climática y la necesidad de una «pedagogía de la esperanza».
Una investigación de la Universidad de Concepción (UdeC), liderada por la socióloga Beatriz Cid Aguayo, profundiza en el concepto de «los comunes» –recursos compartidos y gestionados colectivamente– como herramienta vital para reconstruir el dañado vínculo entre las personas y la naturaleza.
El estudio, emanado desde el Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales UdeC, pone en valor experiencias donde la acción comunitaria no solo preserva, sino que también crea y expande estos bienes compartidos. «Los comunes son las cosas que compartimos», explica Cid, diferenciando entre aquellos materiales, como una playa o un bosque, e inmateriales, como el lenguaje. La clave, advierte, radica en aquellos cuyo mal uso puede llevar a su deterioro o agotamiento, siendo la atmósfera y el clima ejemplos globales críticos.
Cid define «los comunes» como aquellos bienes, tanto materiales como inmateriales, que son gestionados, usados y gobernados colectivamente. La académica pone como ejempla la playa: «¿Es tuya? No. ¿Puedes ir a la playa? Sí. ¿Puedes sacar conchitas de la playa? Sí. ¿Puedes sacar mariscos de la playa y llevarte la arena para la casa? N0«, ejemplifica la académica para ilustrar la regulación implícita o explícita que rodea a estos bienes.
¿Por qué los comunes son cruciales hoy?
Mientras algunos comunes, como el lenguaje, se enriquecen con el uso, otros, como los recursos naturales, son vulnerables al agotamiento si no se gestionan adecuadamente.
La crisis climática actual, según Cid, es un ejemplo patente del mal uso de un «gran común global«: la atmósfera. Sin embargo, Cid recuerda casos de éxito como la recuperación de la capa de ozono, donde la acción concertada de los países logró «comunalizar» efectivamente una solución.
La investigadora UdeC destaca que la discusión sobre los comunes no es nueva, remontándose a debates entre Platón y Aristóteles, y retomada en el siglo XX por economistas y abogados, aunque a menudo con una visión pesimista sobre la capacidad humana de evitar la «tragedia de los comunes«. Fue Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía, quien demostró empíricamente que muchas comunidades pequeñas y con gobernanza logran gestionar sosteniblemente sus recursos compartidos.
Hacia una «pedagogía de la esperanza»
El trabajo de Beatriz Cid Aguayo se enfoca en las condiciones bajo las cuales las comunidades no solo cuidan, sino que amplían y producen comunes. «Nosotros somos activos constructores de nuestras realidades, entonces (…) también vamos creando y transformando cosas en comunes», afirma.
Un ejemplo elocuente proviene de la región del Biobío: comunidades que, a lo largo de 30 años, pasaron de recolectar hongos «robados» en plantaciones forestales (hongos no endémicos asociados a los pinos) a formar cooperativas y negociar con empresas el derecho de acceso y uso. «Es un ejemplo claro de creación de un común, algo que no existía, ya que no tenían derecho sobre ello. Y tú creas el derecho con la práctica y con la negociación», subraya.
A pesar de estos éxitos locales, Cid reconoce que el poder y las diferentes visiones del mundo representan un desafío significativo, especialmente cuando se trata de comunes a gran escala. Advierte sobre la desconexión que puede surgir entre las políticas globales (como los bonos de carbono) y las prácticas locales de cuidado ancestral, que a menudo son más sostenibles y adaptadas al ecosistema específico, como el pastoreo controlado en bosques.
La académica enfatiza la importancia de la «biocultura», la estrecha relación entre diversidad biológica y cultural, y cómo las comunidades locales poseen un conocimiento profundo de sus ecosistemas. Por ello, aboga por una «pedagogía de la esperanza«, que reconozca y valore las acciones comunitarias exitosas, contrarrestando la narrativa de que «todo está perdido» e inspirando la acción colectiva para proteger y expandir los bienes comunes, que, en última instancia, definen la identidad misma de muchas comunidades: «Nosotros somos los recolectores de hongo (…) somos los algueros (…) somos los regantes».