Químicos Eternos (PFAS): Qué son, dónde se esconden y por qué preocupan a los científicos
Tiempo de lectura: 2 minutos El académico de la Universidad Católica del Norte (UCN), Darío Espinoza, explica la ciencia detrás de estos compuestos indestructibles y sus potenciales riesgos para la salud.
En los últimos días, distintas noticias en el mundo han referido a delfines con altos niveles de contaminación, cereales de desayuno con trazas tóxicas y agua potable comprometida en grandes capitales. El denominador común son los PFAS (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas), conocidos popularmente como «químicos eternos». Pero, ¿qué hace que estas sustancias sean imposibles de eliminar y cómo terminaron en nuestra sangre y alimentos?
El doctor en química y académico del Departamento de Química de la Universidad Católica del Norte (UCN), Darío Espinoza, explica que, aunque estos compuestos sintéticos nacieron como una solución industrial revolucionaria, hoy representan un desafío medioambiental sin precedentes.
Para comprender por qué se les llama «eternos», hay que mirar su estructura molecular. Según explica el Dr. Espinoza, los PFAS son una familia de más de 10.000 compuestos sintéticos que comparten una característica: un enlace entre átomos de carbono y flúor.
La unión del carbono y el flúor
Esta unión química es una de las más fuertes y estables que existen. «El enlace flúor-carbono es especialmente estable; no quiere reaccionar, no se oxida, no se reduce y no se descompone con ácidos», detalla el académico de la UCN. Esta resistencia, descubierta casi por accidente en la década de 1940 con la invención del teflón, fue celebrada por su capacidad para repeler el agua, la grasa y el calor.
Sin embargo, esa misma estabilidad es hoy su mayor problema. Al no degradarse de manera natural, estos químicos persisten en el medio ambiente durante siglos, circulando a través del agua, el suelo y el aire, hasta llegar a la cadena alimenticia.
Un intruso en el organismo
Los PFAS se encuentran en sartenes antiadherentes, ropa impermeable, espumas para combatir incendios y envoltorios de comida rápida. El problema radica en que, al ingresar al cuerpo humano, estos compuestos pueden causar estragos debido a su capacidad de bioacumulación.
«El principal problema es que muchas de estas estructuras se parecen a las hormonales«, advierte Espinoza. Esto confunde a los procesos celulares, permitiendo que los químicos interfieran en el sistema endocrino. La evidencia científica ya vincula la exposición a ciertos PFAS con alteraciones en la tiroides, disminución en la respuesta del sistema inmune, especialmente en niños, bajos conteos de esperma, y mayor riesgo de ciertos tipos de cáncer y diabetes.
El experto recalca que, aunque las concentraciones iniciales pueden ser bajas, la exposición continua —día tras día, durante años— genera una acumulación peligrosa que el cuerpo no sabe cómo expulsar.
¿Es posible limpiar el planeta de los PFAS?
Intentar eliminar los químicos eternos del medio ambiente es complejo, de acuerdo con Espinoza. «Ya están en todas partes, incluso en dispositivos médicos y baterías de litio», señala el académico.
A pesar de la dificultad, existen esfuerzos para mitigar el daño. En Estados Unidos y Europa se están implementando regulaciones más estrictas y tecnologías de filtrado de agua con carbón activado. Sin embargo, en Latinoamérica, la legislación aún es incipiente.
A nivel doméstico, Espinoza ofrece recomendaciones prácticas para reducir la exposición, como evitar calentar alimentos en sus envoltorios originales de comida rápida (que suelen tener capas impermeabilizantes con PFAS) y optar por utensilios de cocina libres de estos compuestos.
«Va a ser un camino súper largo porque la vida moderna se basa en estos elementos», concluye el investigador de la UCN, subrayando la necesidad de una «transición química» hacia materiales más seguros y conscientes con el ecosistema.