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¿Qué ocurre cuando tenemos un ataque de pánico?

¿Qué ocurre cuando tenemos un ataque de pánico?

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Tiempo de lectura: 3 minutos Taquicardia, mareos, sudoración y temblor de cuerpo son algunos de los síntomas que se experimentan al tener un ataque de pánico. Pero, ¿qué es lo que ocurre a nivel fisiopsicológico cuando lo vivimos? Profesionales de la salud mental lo explican.

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Los problemas de salud mental se han instalado como uno de los temas que genera mayor preocupación en el país. Según el último Termómetro de Salud Mental, el 15,7% de los chilenos exhibe sospecha o presencia de problemas de salud mental y un 36% declara sentirse constantemente agobiado

En este contexto, el estrés se vuelve objeto de preocupación, ya que es uno de los factores que pueden detonar ataques de pánico. Se trata de episodios imprevistos y de corta duración, caracterizados por un miedo interno que desencadena reacciones físicas incontrolables. Mareos, sudoración, aumento de las palpitaciones, aceleración de la respiración y sensación de desesperación y muerte son algunos de los síntomas que se manifiestan.

“Es un episodio mental y emocional, pero el gatillante no está presente en ese momento. En realidad, no existe peligro real o una causa aparente, visible o concreta”, explica la neuropsicóloga de la Clínica Las Condes, Claudia Salas. 

¿Qué pasa en el organismo?

Un ataque de pánico supone la puesta en marcha de los procesos implicados en la lucha del organismo por la propia supervivencia. La psiquiatra y académica de la Universidad de Chile, Vania Martínez, explica que se activa una respuesta de lucha o huida de manera excesiva a través de una región cerebral que se llama amígdala, que juega un rol clave en la regulación de las emociones. 

“La amígdala envía señales a otra región del cerebro llamada hipotálamo, que a su vez activa al sistema nervioso autónomo simpático que es el encargado de preparar al cuerpo para enfrentar un peligro”, detalla Martínez.

A su vez, se inhibe el sistema nervioso parasimpático, relacionado con la sensación de calma y tranquilidad, y disminuye la actividad de la corteza prefrontal, generando que la persona se sienta más abrumada.

El director del Instituto de Bienestar Socioemocional de la UDD, Jaime Silva, explica que también hay un aumento del cortisol en la sangre producto del estrés. Esto interactúa con estructuras cerebrales como el hipocampo, impactando en la memoria. 

“Cuando uno tiene miedo, tiene la capacidad de recordar ese recuerdo en detalle. En casos de estrés crónico, también puede ocurrir que las personas tengan problemas de memoria. La respuesta al estrés también favorece procesos como la hipervigilancia. Es una respuesta bastante genérica que te prepara para huir o atacar”, explica Silva.

Las causas 

Según la académica de la Escuela de Psicología de la U. Mayor, Dominique Karahanian, los ataques de pánico son más frecuentes porque estamos sometidos a mayor estrés: “Eso afecta la calidad de vida de las personas. Puede aparecer una o dos veces a lo largo de la vida, pero hay personas que tienen episodios reiterados que se gatillan por situaciones más complejas”.

Silva asegura que detrás de todo ataque de pánico hay una dificultad interpersonal, y señala que existen dos tipos de pacientes que han sufrido este cuadro: “Por un lado, están quienes son muy sensibles a sentirse controladas por otros. Tienen propensión a sentirse atrapadas en relaciones interpersonales. Y, por el otro lado, están quienes se sienten desprotegidos o con falta de conexión con el otro”.

Enfrentarlo

Los especialistas señalan que no es posible prevenir un ataque de pánico, pero entregan recomendaciones para enfrentarlos. “Lo primero es entender que la ansiedad es transitoria y que no tiene una consecuencia física o mortal. También, concentrarse en la respiración para intentar mantenerla más tranquila”, señala la académica de la Escuela de Psicología UC, Paula Errázuriz. 

Aunque los ataques de pánico no son patológicos, aconsejan no automedicarse y solicitar una evaluación médica cuando se presentan con frecuencia. “Lo fundamental es iniciar un proceso de psicoterapia para comprender el trastorno. Ahí se aprende a manejar técnicas de respiración y una serie de recursos que se trabajan con el paciente”, señala la neuropsicóloga Claudia Salas.


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